Las salinas viven a diario más de una vez la subida y bajada de las mareas. Están en el mismo lugar desde siempre y las aguas, van y vienen. Permanecen en el mismo lugar y son las mismas, en esencia, las salinas y a la vez, se muestran diferentes.
No hay un día igual a otro. Si la marea está alta o se produce la bajamar ocurren cosas. Cuando reina la última, hay hasta medio metro de fango donde reinan crustáceos y moluscos, burbujeando bajo la tierra mojada. No llega a quedarse seca del todo, en el canal del río. ¿Hay un río? Sí que lo hay. Queda agua y por ahí transcurre, en el espacio de un metro y medio entre un lodazal y otro.
Descontextualizado parecen dos trozos de bizcocho de chocolate. Cuando llegaba su cumpleaños allá por primavera, su mami siempre le hacía una tarta de chocolate. La base era un bizcocho casero de esos de la receta de yogur: crema pastelera en su interior y luego lo cubría de chocolate caliente. Aún le encanta. Lo recuerda desde siempre. Cuando fue capaz de hacerlos con quince o dieciséis años, ella misma los elaboraba. Le encantaba y sobre todo, con lo que más disfrutaba eran con las amigas que venían a casa ese día. Desde aquella primavera de los quince años no ha dejado de celebrar la Vida, ¿porque qué es sino un cumpleaños? sino eso, conmemorar la vida de lo vivido y celebrar que hay días y meses por delante.
¿Qué produce más placer? ¿o qué más dolor o tristeza? ¿o desconsuelo? Somos en esencia lo mismo y nos mostramos de manera diferente cada día, o en el mismo día y claro, de un día para otro, de un año al otro, seguro que sí. Las salinas me recuerdan a nosotros, los humanos. Existimos y a nuestra vida, esencia, arriban y se alejan cosas, personas, circunstancias y nosotros somos los mismos y quizás no, a la vez. Esa pequeña incongruencia que nos hace a los humanos quedarnos en la dualidad cuando vivir es mucho más que blanco o negro, arriba-abajo, culpable o inocente, bello o feo....
Las primeras referencias de las
salinas de evaporación solar datan de Tito Livio y Plinio. Estrabón contaba que
los fenicios cambiaban con las Casitérides, plomo y estaño por sal y diversos productos
manufacturados como las salazones. Este escribió sobre las salinas gaditanas a través de los escritos de
Polibio. Estrabón y Gadira, la fuente de Herakelion. Dimes y diretes, libros
perdidos, historiadores que escribieron cosas que otros contaron…las salinas.
Flamencos, chorlitejos,
charranes, no siempre son visibles y se muestran de forma variopinta según el
viento que sople y como dice mi querido Arturo Redondo, “en Cádiz el viento
tiene nombre hasta cuando no hay viento”. Cuando contemplas a las ictiófagas,
las aves, es alucinante sus
desplazamientos y su estar, en la marisma, en tierra o en el mar. Una belleza
para los sentidos: percibir el murmullo del aire, deslumbrarse ante el blanco de
las orillas y lo verdoso de la pleamar, a veces azulado y otras amarillento y a menudo simplemente como es. En la época estival y ya
en primavera incluso, se acumula la sal en los laterales y bajo el ardiente sol
sureño, luce nevado cautivando a paseantes y conductores, los que se dignan a
girar la cabeza y encandilarse con esa cercana visión.
Reflexionando sobre el actual deterioro de la salina piensa una lo que fue ya desde los fenicios, a principios del siglo XX y cómo se encuentra ahora. El tiempo y los cambios también se ceban con la naturaleza y los edificios. Suerte que podemos contemplarlas aún.
Las espartinas y las salicornias están en las
orillas y adornan los caminos acuosos. Mucho de lo que nos rodea solo hay que
darle valor y reconocimiento. Cómo nos ocurre a nosotros mismos. Vivimos por inercia,
porque amanece, hay que levantarse, ir al trabjao, los niños al cole... Nos relacionamos (lo hace todo el
mundo) comemos, dormimos…y hay una maraña de horas, gente, emociones, me
dijistes.., yo pensaba.., creía que ibas a hacer…y lo que pensamos y decimos
que no se piensa realmente ni se dice lo que se quiere, nos embrolla y seguimos
con la radio puesta, ese ruido en la cabeza, por el carril de en medio sin mirar a los lados, que hace que nos perdamos y enredemos en la musaraña mental.
Cambiamos, todos y si no lo
hacemos corremos peligro de quedarnos fuera de circulación. No la de las
autopistas donde se va a velocidad que no ves al coche de al lado, ni por la
que transitan los demás, sino la del circuito de la belleza, la contemplación y
la serenidad. Agarrarse a lo que ya hay por seguridad, miedo a enfrentarse a lo
desconocido, creerse que lo que tienes/vives/hay es lo mejor que puede
ocurrirte y te quedas ahí, si no tomas
la iniciativa, te pierdes todo lo demás. Puede que en esa amalgama encuentres
cierta estabilidad y hasta felicidad. Si no te has dado cuenta todavía, sabes que no
te mereces eso: tienes derecho a mucho
más y los que pierden son ellos. La única/el único que ha de darse permiso eres
tú. El cambio es posible para todos porque si no cambiamos nosotros, lo demás
tomarán las decisiones por nosotros, hablaran por nosotros y nos quitaran
nuestro propio espacio. ¿quieres eso?
No somos los mismos desde que empiezó el día. Estar abierto a lo que nos llega sin juzgar, con apertura
desde el corazón. Encaremos así la Vida y a los momentos que aparecen en la
bajamar, a las personas que encontramos al lado de la salicornias, cosas que
aparcan en la orilla de nuestro corazón y al agua que acaricia nuestros pies.
Afrontemos así como las salinas y
marismas, el acontecer diario de nuestra vivencia, con aceptación y celebrando lo que nos llega. Mostrándonos y dejando que
las aves se posen y sobrevuelen nuestras orillas, las plantas luzcan bellas y
armoniosas, el viento sople entre ramas, edificios y a través de las olas y nosotras/os, decidiendo en cada momento qué queremos y con quién.
Besos, abrazos y achuchones
mútiples. Disfruten de la tarde, la mañana o la noche😊